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¿Qué es lo que naturalmente hacemos cuando nos equivocamos?

Perfecto, sólo Dios. Sin embargo, en ocasiones nos conducimos como si lo fuéramos, engañándonos a nosotros mismos. Cuando la imagen que proyectamos, es mayor a la realidad, siempre vendrán problemas a nuestra vida y a la de otros.

Para evitar el castigo, la vergüenza, las consecuencias y más, resultamos siendo como Adán, quien colocado entre la espada y la pared cuando Dios le pregunta ¿Acaso comiste del fruto del árbol que te prohibí comer? No acepta su culpa. Le echa la culpa otros. En este caso a Eva e indirectamente también a Dios al exclamar: “La mujer que me diste me ofreció y comí…”. Qué arrogancia, culpar a su esposa y también al mismo Creador por su pecado. Pero era una arrogancia que surgía del miedo y de la vergüenza.

Cuando alguien no acepta su culpa, culpa a otros. Y, cuando culpa a otros, afecta relaciones, destruye reputaciones y aleja incluso, a los mejores amigos.

Echar la culpa a otros, convierte ante los demás, en víctima al culpable y en ofensor al inocente. Creando en el largo plazo, una espiral descendente, porque muchas veces la verdad sale a luz en esta tierra. Aunque generalmente, demasiado tarde cuando ya los daños están hechos. Pero el cielo todo lo ve. Jesús dijo: “Mía es la venganza, yo pagaré”. Y, Dios no necesita ayuda.

Alguien escribió: “En esta vida, si no tienes cuidado, los rumores te harán odiar a personas inocentes y amar a las hipócritas”.

¿Por qué culpamos a otros convirtiéndonos en hipócritas? Por miedo, por vergüenza, por… ¿Por qué ha culpado a otros o se ha defendido en lugar de aceptar su culpa?

Aceptar nuestra culpa es doloroso, muchas veces vergonzoso, pero a la vez liberador. ¿Cómo evitar aceptar la culpa? Siendo perfectos y caminando en el camino de justicia siempre. Y, como no hay justo alguno, ni aun uno, nos veremos siempre en la encrucijada de aceptar nuestra culpa o de echar la culpa. De ser libres o de vivir como esclavos.

¿Qué nos protege de echar culpas? Andar en el camino del Señor. Pero todos somos pecadores y fallaremos. Pero abogado tenemos ante el Padre, a Jesucristo el justo, quien es nuestra paz, nuestra justificación ante Dios y nuestra esperanza eterna.

El rey David fue confrontado con una historia de un pobre hombre al que un hombre rico y quien tenía muchas ovejas, le quitó su única oveja que tanto amaba. Tanto se enfureció David con esa historia, que vea lo que exclamó.

“Tan grande fue el enojo de David contra aquel hombre, que le respondió a Natán: —¡Tan cierto como que el Señor vive, que quien hizo esto merece la muerte! ¿Cómo pudo hacer algo tan ruin? ¡Ahora pagará cuatro veces el valor de la oveja! Entonces Natán le dijo a David: —¡Tú eres ese hombre! Así dice el Señor, Dios de Israel: “Yo te ungí como rey sobre Israel, y te libré del poder de Saúl. Te di el palacio de tu amo, y puse sus mujeres en tus brazos. También te permití gobernar a Israel y a Judá. Y por si esto hubiera sido poco, te habría dado mucho más. ¿Por qué, entonces, despreciaste la palabra del Señor haciendo lo que le desagrada? ¡Asesinaste a Urías el hitita para apoderarte de su esposa! ¡Lo mataste con la espada de los amonitas! Por eso la espada jamás se apartará de tu familia, pues me despreciaste al tomar la esposa de Urías el hitita para hacerla tu mujer”. »Pues bien, así dice el Señor: “Yo haré que el desastre que mereces surja de tu propia familia, y ante tus propios ojos tomaré a tus mujeres y se las daré a otro, el cual se acostará con ellas en pleno día. Lo que tú hiciste a escondidas, yo lo haré a plena luz, a la vista de todo Israel”». —¡He pecado contra el Señor! —reconoció David ante Natán. —El Señor ha perdonado ya tu pecado, y no morirás —contestó Natán—.” 2 Samuel 12:5-13

La salvación no se obtiene por obras, sino por gracia. Ese regalo que ninguno merecemos. Y sólo podemos entrar a este caminar de gracia, cuando Dios por medio de su Espíritu Santo, nos muestra nuestro pecado y podemos exclamar con carga y dolor al dimensionar nuestro pecado hacia el cielo y hacia el suelo ¡He pecado contra el Señor!

Reconocer su pecado fue la libertad de David, libertad de su pecado, más no de las consecuencias terribles que nunca se apartaron de sus descendientes como Dios lo prometió.

Entramos al camino de Dios, por reconocer la culpa y al único que nunca pecó y sí fue justo, Jesús. Quien colgado en la cruz exclamó: Perdónalos porque no saben lo que hacen. Pero él sí sabía lo que hacía, pagaba con su vida justa, las injusticias de nosotros, para redimirnos del pecado. Por eso soportó la cruz en obediencia al Padre, por el gozo de vernos recibir un perdón cuando exclamamos, soy culpable, soy pecador.

Entramos al camino de Dios al reconocer nuestras culpas y vivimos en el camino de Dios reconociendo nuestras culpas. Humildes bajo el que no sólo puede quitar la vida, sino sobre todo destinarnos al infierno eterno. Pero su mayor placer es amar. Y no quiere la muerte del malvado, sino que este ser arrepienta de su conducta y viva.

Muchas veces me he defendido y no he aceptado mi culpa. Y eso sólo ha traído cosas peores. Le pido a Dios que me conceda a mí y a usted andar en su camino, y que, cuando fallemos, podamos inmediatamente arrepentirnos de nuestro pecado, pedir perdón y seguir adelante.

Seguir adelante, sin abusar de su gracia, pero abrazando lo único que da libertad a todo ser humano, el amor del que siempre estará ahí para todo pecador arrepentido. Porque no nos amó porque éramos buenos, sino cuando aún éramos pecadores. Y ese amor, quebranta el corazón de todo pecador que sabe que en los brazos del Padre estará seguro, a pesar de las consecuencias. Dios siempre es bueno y sus misericordias nuevas cada mañana.

¿Qué debe ocurrir en su vida a nivel de su pensamiento y de su voluntad para no echar culpas sino aceptar la suya?

“Pero Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros. Y ahora que hemos sido justificados por su sangre, ¡con cuánta más razón, por medio de él, seremos salvados del castigo de Dios! Porque si, cuando éramos enemigos de Dios, fuimos reconciliados con él mediante la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, habiendo sido reconciliados, seremos salvados por su vida! Y no solo esto, sino que también nos regocijamos en Dios por nuestro Señor Jesucristo, pues gracias a él ya hemos recibido la reconciliación.” Romanos 5:8-11

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