
O recibía una certificación de pensum cerrado esa semana o tendría que espera seis meses más para graduarme.
Recién graduado del colegio a punto de cumplir los 18 años, me fui a estudiar Biblia al Instituto Bíblico Christ For the Nations, en Dallas, Texas. Un período de aprendizaje fantástico, viviendo como internado junto a más de 1,200 alumnos y estudiando el programa de dos años que ofrecían en ese entonces.
Tuve una beca trabajo. Trabajaba a cambio de estudiar gratis. Mis papás me pagaron el hospedaje, la alimentación y mis libros. Trabajé como sonidista un semestre, pero pedí mi traslado a la Biblioteca. Lugar en el que trabajé el resto del tiempo y en donde verdaderamente aprendí a leer y a trabajar. Allí autorizaba los libros que sacaban los alumnos, cobraba y sacaba fotocopias, cobraba moras, hacía mi cuadre diario, ordenaba los libros de acuerdo a su código y mucho más…
Al regresar a Guatemala, no me quedé de brazos cruzados. Sabía que debía prepararme profesionalmente. Siempre me ha apasionado el liderazgo y la administración. Así que enero de 1997, comencé a estudiar en Guatemala una Licenciatura en Informática y Administración de Negocios. Mis amigos del colegio ya estaban en tercer año y yo en el primero, pero sabía que debía estudiar.
Ya había cerrado la licenciatura y me faltaba un requisito para graduarme, la certificación de cierre de pensum que debía entregar o no me graduaba en el mes de noviembre sino en el mes de mayo del siguiente año. Ya estábamos en el año 2002. Aixa estaba embarazada de nuestra primera hija Ana Isabel y quería graduarme antes de su nacimiento.
Todas mis ilusiones se desvanecieron, cuando llegue a la oficina de control académico de la universidad y me dijeron: “Con gusto. Se la tenemos lista en tres semanas”. ¡En tres semanas no me servía para nada! Salí de la oficina desilusionado luego de haber pagado el trámite, pero pronto me recordé, que uno de mis amigos de la iglesia, era ahora el jefe de la oficina de control académico.
Pregunté y corrí a su oficina – la cual no conocía –, desde afuera lo saludé, me pasó adelante y le conté rápidamente mi situación. Levantó el teléfono, hizo una llamada y pidió que me buscaran en el sistema. Salió de la oficina y me dijo: listo. Ya la están preparando. Entraron a su oficina, firmó los documentos y listo. Podía graduarme en noviembre del 2002. Le di un abrazo que expresaba mi agradecimiento y lo demás es historia.
Pero mi hija me ganó por dos días. Ana Isabel nació el jueves 7 de noviembre y yo me gradué como licenciado, el sábado 9 de noviembre del 2002. No hubo almuerzo de celebración, ni nada por el estilo. Mi familia y mis amigos, luego de darme el abrazo y de las respectivas fotos, salieron de la universidad a sus compromisos y otros, directo al hospital a conocer a mi hija, la primera nieta de mis papás. Cuando llegué yo, ya no había ninguno.
Almorcé sólo en la cafetería del hospital, pero con una satisfacción interna muy grande, de haber alcanzado ese logro que me había propuesto. Ya trabajaba, por lo que pude tener satisfacción de pagarme la universidad y de alcanzar ese sueño.
Yendo de regreso a la casa esa noche, pasé comprando para llevar, un plato de carne asada en un restaurante muy conocido en Guatemala, en donde los dueños son argentinos, La Media Cancha. Ese fue el regalo que me hice esa noche. Antes de cenar le di gracias a Dios por su provisión, el privilegio de estudiar y graduarme y, por último, por mi amigo. Gracias a él, me gradué en noviembre y no 6 meses después.
Increíble, una llamada me había permitido graduarme. Se ha puesto a pensar en ¿El poder de una llamada?
Una llamada no sólo abre puertas, cambia vidas. No me refiero a una llamada de influencia como la que gracias a Dios pude tener, en mi amigo. Sino una llamada que no busca nada para nosotros, sino todo para el otro.
Son esas llamadas cuya única agenda es ver cómo está la otra persona, profundizar en la relación y ponerse a disposición del otro para lo que necesite. Ya sea brindar apoyo u oración para lo que necesite.
Durante este tiempo de pandemia, hemos alentado a nuestro liderazgo principal en La Fráter, a realizar como mínimo 5 llamadas al día. Cinco llamadas que no duran 50 minutos entre todas. Sino que, en ocasiones, las mismas se extienden hasta por 4 horas. ¿Por qué? Porque casi nadie llama a menos que necesite algo.
Sólo el día viernes pasado, hablé con un amigo por 56 minutos. Sus palabras fueron: en mi vida había hablado tanto tiempo con vos. No es un amigo de mi edad, me lleva entre 10 y 15 años de edad, pero ambos tenemos el privilegio de servir en La Fráter.
Siempre que hacemos una llamada, la otra persona rápidamente después de saludarnos, nos pregunta ¿En qué puedo servirte? Porque casi siempre, las llamadas son porque quien llama, necesita algo del otro. Cuando usted les dice que no es por nada, sino sólo para ver cómo están, todo cambia.
Casi siempre llamamos a otras personas porque necesitamos algo de ellas. Pero hay llamadas que debemos aprender a hacer a diario, que tienen un propósito muy diferente. Clic para tuitearLas preguntas tienen tanto poder. Las preguntas que suelo hacer buscan que no respondan con un sí o no o bien o mal, sino que abran el diálogo. Esas son las preguntas que usted puede hacer. Algunas que preguntas hago son: ¿Qué ha sido de tu vida en estos días?, ¿Qué ha sido lo más difícil que has enfrentado estos días?, ¿Cómo está el trabajo o la empresa?, ¿Qué ha sido de tu pareja?, ¿Qué ha sido de tus hijos?, ¿Cómo está…? Y agrego algo que conozco profundamente de la persona: parientes, amigos, mascotas, hobbies, célula, etc. Y siempre termino o comienzo con ¿En qué situaciones puedo apoyarte en oración?
Cuando las personas no se abren, yo abro mi corazón y les cuento genuinamente cómo estoy, qué está pasando en mi vida, que libros estoy leyendo o recuerdo algo que hicimos en el pasado que nos marcó a ambos. Casi siempre, abren su corazón, compartimos y muchas cosas más suceden para el bien de ellos e incluso el mío.
Como cristianos somos llamados a ser guardas de nuestros hermanos. Caín le respondió a Dios cuando le preguntó por su hermano, luego de haber matado a Abel: “¿Acaso soy guarda de mi hermano?”. Eso debemos ser, guardas de sus vidas espirituales, guardas de sus corazones, guardas de sus pensamientos y guardas de sus sentimientos.
Una llamada con un corazón genuino a personas que amamos con todo el corazón, tiene el potencial de desencadenar transformaciones poderosas y pláticas profundas de los temas que casi nunca se tocan. Tocamos temas de actividad, planificación, reuniones. Pero mucho menos, los temas del corazón y profundos del alma, que deben ser tratados para que Cristo sea formado en nuestras vidas.
Más aún, ahora en medio de esta pandemia, todos debemos tomar el teléfono y hacer llamadas. Llamadas para conectar, para amar, para animar, para orar, para aconsejar y para exhortar. Nos necesitamos unos a otros para ayudarnos a vivir la vida, a vivir en santidad y para corregirnos mutuamente.
Este amigo en una oficina de la universidad, me echó una gran mano cuando me ayudó. Pero usted y yo podemos echarle una gran mano a otros, cuando los llamamos, sin una agenda en concreto, más que por el gusto de crecer en comunión y estar ahí para ellos, para ser los amigos que están en las buenas y en las malas. Los que animan y corrigen, los que escuchan y a veces, tan sólo pueden llorar, mientras el otro también llora. ¿A quiénes llamará hoy? Y ¿Cuántas llamadas se propondrá por día?
Todos debemos tomar el teléfono y hacer llamadas. Llamadas para conectar, para amar, para animar, para orar, para aconsejar y para exhortar. Nos necesitamos unos a otros para ayudarnos a vivir la vida y vivirla en santidad. Clic para tuitearTermino con esto. Sus llamadas a veces no podrán salvar a otro de lo que usted quisiera salvarlos. Pero sí, le mostrarán a otro cuanto lo ama. Mi llamada no pudo salvar ese matrimonio. La persona estaba dura, molesta por mi llamada al ser confrontado en amor por su pecado y al llamarlo al arrepentimiento. Al final, sin respuesta positiva o apertura a lo que Dios manda de nosotros en su palabra sólo le dije, permitíme orar por vos.
Estaba caminando en el jardín del condominio y sólo pude decir las primeras palabras en mi oración antes de comenzar a llorar como niño: “Señor Jesús te pido por…”. Y lloré como si un ser querido demasiado cercano se hubiera muerto. Me tuve que agarrar de un juego para niños, para sostenerme y no caer al suelo.
Llore lo que pareció más de un minuto, triste y dolido por el corazón duro de mi amigo. Y por lo imposible al no ver un arrepentimiento en mi amigo. Pero del otro lado, mientras lloraba, escuchaba el gemir y el lloro de él. No se dio el resultado que esperaba, pero, aunque sabe que no comparto la decisión equivocada que tomó, sabe que lo quiero en el Señor y que estoy para él. Sigo orando porque Jesús sea su todo hoy y siempre y en todo.
Alguien espera su llamada hoy…
“Ayúdense unos a otros a llevar sus cargas, y así cumplirán la ley de Cristo.” La Biblia en Gálatas 6:2
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